16 enero 2011

-¿Qué es eso?, ¿qué suena?

-No es nada, el vecino. Estas paredes, que parecen de papel...

 Todos los días se puede oír cómo tararea el vecino del B; un hombre de unos treinta años, no muy alto, con la cabeza afeitada, y ojos marrón anaranjado. No conozco su nombre, todo lo que sé sobre él es que se va a las ocho en punto a trabajar, pero no siempre vuelve a la misma hora; a veces viene a comer, otras no. Cuando se mudó aquí, lo hizo junto a una chica. No recuerdo mucho sobre ella... también de pequeña estatura, pelo castaño. Los primeros días de aquel verano los pasaron en la terraza, observando las vistas de la montaña de las que entonces disfrutábamos. Comían en la terraza, hablaban en la terraza, se quedaban en silencio en la terraza.

  Meses después ella se fue. Desapareció el día que comenzaron los tarareos, colándose a través de la pared de mi salón. Una especie de cántico monótono, no realmente una canción; simplemente ruido que llena su -ahora silenciosa- casa. He visto otras chicas venir con él, pero siempre se van al acabar el fin de semana. A ellas no les enseña la terraza; ya ni siquiera se ve la montaña desde que empezaron las obras. Y en cuanto se van, sigue tarareando.

  Para tapar el silencio. Para llenar su vacío.

2 comentarios:

  1. María, esta vez el relato tiene pero que muy buena pinta: lo has objetivado sobre escena y protagonistas ajenos, lo has dejado prendido sin terminar, tiene cierta economía lingüística.... Y cuando termina uno sí que se ha quedado impregnado del personaje y de su situación.

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  2. Lo bonito de lo que cuentas es que puede ser perfectamente la vida de un alguien cualquiera. La verdad es que podía ser perfectamente parte de mi vida, sólo que yo canturreo no para llenar el tiempo o el vacío si no precisamente de contento por la que se fue.
    Un saludo y enhorabuena por las letras.

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