A la mujer le recordaba al campo, a madera, a tierra mojada cuando ha dejado de llover. A la niña simplemente le olía... a padre.
Pasaron algunos años. El ritual de la colada se había olvidado, simplemente tendían la ropa. Al aspirar, solo se distinguía el olor a detergente y suavizante, mezclado con aroma a vacío, a soledad, a tristeza.
Cuando la hija volviera a verle, siempre recordaría estos momentos. Pero no conseguiría captar su olor, por muy cerca que estuviese. Había desaparecido, como un campo arrasado, madera quemada, tierra abnegada.

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