13 junio 2012


    Olor. Sal, fuego, humo y ceniza, respiración entrecortada, carbón, exhalación profunda, piedra, tierra, arena. Fragancia, perfume, aroma, esencia, dos cuerpos, dos cuellos, dos bocas. Agua, siempre agua. Sábanas empapadas en sudor, un momento impreciso sin luz alguna, salvo el brillo de dos pares de ojos inquietos, nerviosos, vehementes, febriles, sofocados, enfermos, que buscan su cura en unas pupilas que jamás llegarán a conocer.



    Imagen. Amarillo sobre azul, blanco sobre negro, el amanecer, la penumbra, un latigazo en rojo, puntos sin color alguno, ceguera momentánea. Marcada a fuego en tus retinas, que el tiempo empaña y distorsiona; como un espejo lleno de polvo, como un reflejo en agua turbia. El tiempo, tu dueño; tú, un peón, una figura insignificante arrastrada por el viento de un extremo al otro, un átomo bajo un cielo inmenso, oscuro y envolvente que te trae la consciencia de tu nimiedad. Un espacio infinito, el constante recuerdo de tu menudencia. Las estrellas  iluminan el camino que tus pies tanteaban a ciegas, la luna vuelve a aparecer para  encenderte el alma y apagarte las palabras. Todo empieza y se termina en una mirada.