15 abril 2012


    Qué vacío tan extraño cuando desaparece lo que nunca has poseído.
    Un día me remangué, me froté las manos y me dije "Tienes que hacer limpieza". Se me habían empañado los ojos, tenía la nariz llena de polvo, las uñas negras de porquería. Los músculos atorados, las articulaciones me crujían a cada movimiento.
    Quería librarme de todo lo que me sobraba, y empecé por ti. Fue duro darse cuenta de que no te necesitaba, de que nunca más me harías falta, de que ya no me dabas nada. Tan sólo me lo quitabas. Así me desprendí de tu persona; con un cuchillo de cocina me arranqué la mitad de mi carne, pero no sangré ni una gota. Yo que pensaba que mi vida tenía una cuenta pendiente contigo. Nos deshicimos el uno del otro, como quien vomita cuando siente náuseas. Y nos sentimos mejor, aunque fuiste quien me hizo sentir completo por un efímero instante.
    Nos empachamos de sexo, risas y dolor. Nos aburrimos de las mismas miradas. Nos cansamos de repetir las palabras. Sin embargo, te hubiera dado todo lo que tengo, que es nada. Pero ya no lo querías, y yo tampoco. No preciso de un agujero más en mi vida, ni siquiera de un parche para tapar los que ya tengo.
    Lo que quiero es otra cosa, y ¿dónde iba a buscar, sino dentro de mí mismo? Cogí de nuevo el cuchillo y me abrí en canal, hasta que di con ello.
    Yo.
    Conmigo.

12 abril 2012

¿Qué hacer con el velo de la desgana cuando se luce como única vestimenta? ¿Dónde guardar el pañuelo con el que te secas la frente de desidia, que gotea como sudor espeso y te empaña la vista? Qué cansado me siento de no hacer nada; de ser un extra en una vida inventada, una palabra más en una mala canción, una piedra en un camino perdido.

06 abril 2012


    Miró hacia la distancia, la neblina formaba formas difusas, como el humo del cigarro que sostenía entre los dedos; ascendiendo, alejándose, desapareciendo elegantemente sin dejar ni rastro. La cabeza le ardía en un dolor permanente, el peso de los recuerdos le aplastaba los hombros, le atenazaba las cervicales, se le clavaba en las sienes con un frío metálico que apenas le permitía abrir los ojos en la penumbra de aquel paraje sin forma ni nombre. Aspiró de nuevo, escuchando el crepitar del papel al prenderse; al igual que ardían sus ideas, así como sus pensamientos se convertían en  ceniza.
    Comenzó a correr buscando algo; había conducido durante horas, días, años, más y más rápido, para no encontrar nada. Se había detenido al perderlo todo, y se esperaba a sí mismo sentado en una roca. El viento le agitaba la camisa, la hinchaba y deshinchaba, jugaba con sus pliegues, la descolocaba una y otra vez; justo como la vida había hecho con él.
    Aspiró una vez más, llenando de humo sus pulmones, asfixiados de vivir tanto y tan deprisa. Le escocía la garganta, del tabaco y las palabras amargas que se había tragado. Dió una última calada y apagó el cigarrillo en la roca.
    No sabe cómo termina su historia.