06 abril 2012


    Miró hacia la distancia, la neblina formaba formas difusas, como el humo del cigarro que sostenía entre los dedos; ascendiendo, alejándose, desapareciendo elegantemente sin dejar ni rastro. La cabeza le ardía en un dolor permanente, el peso de los recuerdos le aplastaba los hombros, le atenazaba las cervicales, se le clavaba en las sienes con un frío metálico que apenas le permitía abrir los ojos en la penumbra de aquel paraje sin forma ni nombre. Aspiró de nuevo, escuchando el crepitar del papel al prenderse; al igual que ardían sus ideas, así como sus pensamientos se convertían en  ceniza.
    Comenzó a correr buscando algo; había conducido durante horas, días, años, más y más rápido, para no encontrar nada. Se había detenido al perderlo todo, y se esperaba a sí mismo sentado en una roca. El viento le agitaba la camisa, la hinchaba y deshinchaba, jugaba con sus pliegues, la descolocaba una y otra vez; justo como la vida había hecho con él.
    Aspiró una vez más, llenando de humo sus pulmones, asfixiados de vivir tanto y tan deprisa. Le escocía la garganta, del tabaco y las palabras amargas que se había tragado. Dió una última calada y apagó el cigarrillo en la roca.
    No sabe cómo termina su historia.

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