15 abril 2012


    Qué vacío tan extraño cuando desaparece lo que nunca has poseído.
    Un día me remangué, me froté las manos y me dije "Tienes que hacer limpieza". Se me habían empañado los ojos, tenía la nariz llena de polvo, las uñas negras de porquería. Los músculos atorados, las articulaciones me crujían a cada movimiento.
    Quería librarme de todo lo que me sobraba, y empecé por ti. Fue duro darse cuenta de que no te necesitaba, de que nunca más me harías falta, de que ya no me dabas nada. Tan sólo me lo quitabas. Así me desprendí de tu persona; con un cuchillo de cocina me arranqué la mitad de mi carne, pero no sangré ni una gota. Yo que pensaba que mi vida tenía una cuenta pendiente contigo. Nos deshicimos el uno del otro, como quien vomita cuando siente náuseas. Y nos sentimos mejor, aunque fuiste quien me hizo sentir completo por un efímero instante.
    Nos empachamos de sexo, risas y dolor. Nos aburrimos de las mismas miradas. Nos cansamos de repetir las palabras. Sin embargo, te hubiera dado todo lo que tengo, que es nada. Pero ya no lo querías, y yo tampoco. No preciso de un agujero más en mi vida, ni siquiera de un parche para tapar los que ya tengo.
    Lo que quiero es otra cosa, y ¿dónde iba a buscar, sino dentro de mí mismo? Cogí de nuevo el cuchillo y me abrí en canal, hasta que di con ello.
    Yo.
    Conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario