29 diciembre 2010

   Susana se lima las uñas mientras mira la televisión, sin verla. Siente un tirón en su tieso pantalón de pana.

-Mami, caquita.

   Deja la lima en la mesita y coge a su -ahora maloliente- niño en brazos. Cuando le está quitando el pañal, llega su Marido.  Entra en el baño, y le revuelve el pelo a modo de saludo. Despues mira al desnudo niño.

-¡Este es mi crío, vaya huevazos! Serás como tu padre, todo un hombre.

   Se lava las manos, negras por el aceite del taller. Las frota con fuerza, en vano; llevan años así, y las manchas nunca desaparecen. Ella permanece en silencio, durante unos minutos no se escuchan más palabras que éstas.

-¿Qué hay de comer?- Pregunta él finalmente.


   Y lo mismo se repite un lunes de enero, un martes de febrero, un miércoles de marzo.


   Un jueves de abril, mientras fríe patatas -esas que ella nunca come para no engordar, pero que cada vez engrosan más el estómago de su Marido- el aceite salta, quemándole el dorso de la mano. Al momento aparta la sartén del fuego, y se apoya en la encimera. Impasible primero. Luego silenciosas lágrimas empiezan a deslizarse por sus pestañas. Al caer en la cuenta de que está sola en casa, surgen los sollozos que tanto tiempo se ha tragado.

   Se quita el delantal,  lava sus enrojecidos ojos y se suelta la coleta, algo grasienta. Su Marido ha bajado al niño al parque para jugar,  así que se siente algo más atrevida; capaz de dar un paso sin pensar en dónde pone el pie. Coge bolso y chaqueta y sale, bajando tímidamente los escalones al principio, pisando con más seguridad al salir del portal.


   Un viernes de mayo, deja de esconderse.

-Cariño, me voy con mis amigos, volveré tarde.

   Ella le sonríe abiertamente, con una expresión que él no había visto antes.

-Claro, no me lo digas: hay fútbol y despues os vais a tomar cerveza y jugar a las cartas, ¿verdad?

-Eh...sí, más o menos.

-Bien. Pues yo también me voy. Volveré tarde. Acuérdate de darle de cenar al niño.

    Y se va. Aunque le tiemblan las manos y una gota de sudor frío cae por su frente, con expresión incrédula; se va.

 Un sábado de junio, ella se siente viva.

   En un lugar en el que se supone no debería estar, con compañías que nunca habría imaginado frecuentar. Pero su sonrisa vuelve al mirar a la chica que, con gesto coqueto, la observa al otro lado de la mesa. Su voz se hace más segura cuando le susurra algo al oído. Y sus manos ya no tiemblan cuando le acaricia suavemente la pierna.

    Un domingo de julio...

"¿Crees que no sé lo que estás haciendo? ¿Lo que nos has hecho a tu hijo y a mí? Ya le explicarás a tu abogado lo bien que te lo has pasado con esa zorra bollera."

   Es todo lo que se puede leer en la arrugada nota que encuentra al despertar, encima de la mesilla.

3 comentarios:

  1. Por qué me haces esto María Y__Y ¿Y lo girasoles? ¿Y las piruletas? TT___TT
    Joooo.
    Auqnue triste, jodidamente bien escrito.

    ResponderEliminar
  2. Sí, yo creo que es bueno también; pero demasiado maquiavélico quizá, ¿no? Puede que en la realidad el egoísmo no sea tan evidente; es infinitamente más sutil. Este, tan burdo, es condenable desde todos los puntos de vista. Hablar de los rincones de la mediocridad, del lastre de la condición humana por tantas cosas y en tantos lugares.... deprimente; pero quizá sea necesario. Por eso quizá hay que ser lo más preciso posible.
    Ahora, algo que hable de la otra parte....

    ResponderEliminar