31 diciembre 2010

  Me gusta mirarla, porque en ella me encuentro a mí.

  Veo cuando se esfuerza por gustarse a sí misma, se mira en el espejo, se vuelve a mirar, y se acaba enfadando; porque no siempre lo que le gusta a ella le gusta al resto, ni viceversa. Refunfuña en voz tan baja que ni entiende lo que dice; quejándose de ser tan esto, o tan poco lo otro.

  Se maquilla por dentro y por fuera, intentando disimular las ojeras, las tristezas, los puntos negros, los oscuros pensamientos. Perfila sus ojos con cuidado para alejar la inseguridad de su mirada. Intenta dominar su pelo; así no le gusta. Así tampoco. Tampoco. Al final lo revuelve con ambas manos, y se va.

   Ya en la calle, se acerca al resto. Eso se había propuesto. Pero siente cómo su voz vuelve a chocarse contra el muro que solo ella construyó; esa coraza que durante un tiempo la había protegido, pero que hoy la axfisia como si de un corpiño se tratase.

  Sé cuando quiere imaginarse que tiene algo en común con los demás, que su vida es como debe ser la de otros al coger el metro y volver a casa. Sin embargo, ella, al volver, casi siempre llora; sola, en silencio, mientras escribe en su ordenador.

  Como yo.

1 comentario:

  1. Es el viejo y renovado tema, muy bien expuesto, de forjarse una manera de ser que no es la que estás sintiendo; a veces se hace por ilusión (ser lo que no se es, e modo brillante); a veces se hace por tristeza (huir de lo que uno es), que es lo que yo suelo leer en tus escritos. Probablemente el mejor modo de compensar esos desgarrones estribe.... en otras personas. Ya sé, ya sé que es una solución "comercial" o "mundana"; pero ocurre muchas veces. Lo curioso es que esa solución arrasa ese diálogo creador que el desarraigado mantiene con sí mismo.

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