25 diciembre 2010

   Impotencia cuando aquella mirada tuya, tan de almíbar y licor, se derramó por tus mejillas, resbalando como la lluvia que nos empapaba. Quise llorar, necesitaba hacerlo; pero significaba aceptar lo que tus palabras aún no habían dicho. Así que me tragué las convulsiones de mi garganta, que se moría por gritarte: "¡Cruel, farsante, impía, embustera...!", y otros cuantos sinónimos que pudieran acercarse a tu mezquindad. Clavé las uñas en las palmas de mis manos, que aun hoy echan de menos la calidez de tu piel, y te dije un "hasta pronto", sabiendo que pronto, sería nunca.

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