04 febrero 2012

    Atesoramos cosas innecesarias durante años, nos cargamos a la espalda un pesado hatillo y nos decimos "Mira, esta es mi vida, aquí la llevo. Cuanto más pese, mejor." Yo me detengo, poco después de haber comenzado el camino, paralizado por el dolor de mi columna; un paso hacia delante parece una tortura, uno hacia atrás supone un error. Así que dejo caer la bolsa al suelo, y empiezo a rebuscar. Me sorprende ver tantas cosas de las que debería librarme, esparcidas inocentemente ante mis pies. Tienen forma de libro, libreta o cuaderno; por curiosidad leo sus títulos. Mentira. Inconsciencia. Irresponsabilidad. Orgullo.
    Decepción. Un cuento amargo, repetido una y otra vez; siempre difícil de memorizar. Precisamente cojo ese libro; lo hojeo con cuidado y lo vuelvo a guardar, sabiendo que tarde o temprano volveré a tener sus hojas entre mis manos. Esas hojas finas, frágiles pero afiladas, que van llenando las yemas de mis dedos de cicatrices. Y me siento en el suelo, junto a mis des-pertenencias, para arrancarme el dolor que se me pega a la piel, me desuello las palmas para acabar con todas las caricias que quise regalar y no pude, me quemo los labios para olvidar besos fingidos; los que di y los que me dieron. Abro mi carne con un cuchillo, buscando los fallos que se me enquistaron dentro; pero solo encuentro venas, músculos, tendones, hueso... y el sueño me llama, la sangre me envuelve, el frío me arrastra. Una noche eterna me quiere acunar entre sábanas oscuras que huelen al sudor de cuerpos desconocidos, a alcohol y tabaco, a indiferencia y olvido.
   Despierto, vacío. Vacías mis manos al no poder entrelazarse con las tuyas, vacíos mis labios cuando no pronuncian tu nombre, vacía mi mente sin tu recuerdo, que por un instante lo inundó todo. Tan vacío como una botella de cerveza abandonada en una esquina. Como la maleta que jamás nos llevamos de viaje. Como el cajón de mi alma que vaciaste apresuradamente, para no volver.

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