10 septiembre 2012
Es posible describir una mirada, aunque suponga el comienzo de la vida, de cualquier interacción entre personas, de una emoción. Podemos relatar su naturaleza, su intensidad, su color; podemos figurarnos su significado, calcular el punto al que se dirige y su duración; podemos hablar de lo que una mirada captaba en un momento preciso, y lo que a su vez transmitía.
Es fácil transcribir las palabras, separarlas en morfemas, incluso fonemas; desprenderlas de su significado o adherirle otros nuevos, juntarlas en frases, construir textos para reflexionar sobre la realidad, o sobre lo que creemos que es la realidad. Función expresiva, descriptiva, apelativa, referencial, metalingüística, fática, poética. Les asociamos un contenido y las interpretamos a nuestro antojo.
Nos permitimos detallar una sonrisa, basándonos en su amplitud y su inclinación. Adivinamos su veracidad y condenamos su falsedad, le atribuimos una emoción y calibramos su belleza en función de el grosor y la forma de los labios, de la blancura y regularidad de los dientes.
Somos capaces de evocar una caricia o un beso, de rememorar su calidez, su presión, su suavidad y revivirlos una y otra vez como si no fueran efímeros y perdurasen infinitamente en nuestra piel, en nuestros labios, en nuestra memoria.
Podemos explicar el sexo, las sensaciones que nos provoca, los sonidos y olores que le acompañan, la figura de los cuerpos, la duración e intensidad del acto.
Sin embargo, lo que no logro es describir el sentimiento que provocaste con todo esto.
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