14 marzo 2011

  Trato de escribir sobre ella, pero se me escapa; era como imaginada por un sueño. Su foto, en alguna parte, me hizo buscarla de nuevo, para encontrarla en un piso de alquiler. Me escondí horas tras su puerta, hasta que me vio como si fuera casualidad. Tan pequeña y bonita como la recordaba. Su sonrisa se alegró de verme; me recibió saltando para que yo la cogiera al vuelo, leve como un pajarito.

  Hablamos horas en un sofá: ella me narraba su nueva vida con palabras que había inventado, yo me sentía abrumado por su perfección, así que solo asentía. Como hacía siempre. No sé qué echó de menos de mí, si es que lo hizo, pues solo conocía mis sonidos de asentimiento, mis frases preparadas, mi risa tensa. Pero seguía a mi lado, tan cerca en el sofá, sus piernas cruzadas, sus manos moviéndose, sus labios formando palabras que no me pertenecían.

  Otra gente pasaba por el salón, compañeros de piso que habían compartido su aire, su tiempo, que tenían en ellos más de su esencia de la que yo nunca hubiera soportado. Se hizo tarde cuando nos encontramos de pie, cayendo irremediablemente hacia el adiós del borde de la puerta. Se acercó más para abrazarme, yo abrí los brazos a su suave pijama, que a medias ocultaba el cuerpo de mujer pájaro, a punto de volar. Tierno calor en un abrazo que me pidió que me quedara esa noche. Un beso en la mejilla que me susurró no me dejes de nuevo. Sus dedos rozando mi espalda, diciéndome que me querían allí.

  No hubo sonidos de asentimiento, frases preparadas ni risa tensa; me despedí en silencio una vez más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario