10 febrero 2011

Última carta (parte I)

 Hoy, que estamos ya tan lejos y seguramente no volvamos a vernos; hoy, que se terminó el pensar que nos echamos de menos aprovecho esta primera y última carta para disculparme.


  Son muchas las cosas que me quedaron por decir aquellos días que pasé contigo.  Tu mirada, tan limpia siempre, me hacía callar cada vez que quería hablar contigo; desde que te conozco, nunca  he visto ojos más inocentes. Me sentía como a punto de contar a una niña pequeña que los Reyes Magos no existen. Así que seguía callando, te sonreía y tú sonreías; hasta que al llegar la noche no aguantaba más -eso me parecía entonces-, me enfadaba contigo, aun más conmigo mismo, y me iba a la cama sin dirigirte la palabra. Estoy seguro de que hasta hoy no has podido entenderlo. Sin embargo, me seguías cuando creías que ya estaba dormido, te sentabas en la cama junto a mí y ahí te quedabas, mirándome.  Quién sabe qué pasaba por tu cabeza entonces. El insoportable de tu novio, el cabrón de Diego ahí tirado en la cama, mientras tú alisabas los pliegues de las sábanas o abrazabas una almohada.


 Recuerdo un sábado que discutimos al ir al cine. Te pedí que eligieras una película, tú respondiste que te daba igual, que viéramos la que yo quisiera. Joder, solo era una película. Pero siempre eras tan suave conmigo, tan buena, que casi rozabas la sumisión. Por algún motivo que aun no conozco, me adorabas. Y eso me jodía, porque yo no hice nada para merecerlo. Me querías porque sí, nunca pedías nada a cambio, todo lo que tenías me lo dabas. Como la elección de la puta película. Por eso me enfadé ese día, y te dejé ahí, mirando la cartelera,  tu bonita cara de actriz de cine clásico congelada en un mohín de tristeza e incomprensión. Esa noche volviste sola a casa, y no te metiste en la cama conmigo. Sacaste uno de los lienzos que guardabas, de cuando ibas a clases de pintura, y te pasaste la noche aplicando una y otra capa de pigmento sobre él. A la mañana siguiente te encontré dormida en el sofá, junto a ese cuadro todo pegoteado de  negro, ni un solo color más. 


 Muchas veces te pedí años atrás que me dibujaras, pero no podrías haberlo hecho mejor. Tan impenetrable, tan oscuro fui contigo como ese lienzo aun húmedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario