04 abril 2011

   Por la mañana se levantó sin nada que decir. Desayunó en silencio, su gato no maulló pidiéndole comida. Tras calzarse los zapatos, bajó a la calle en ascensor; ningún comentario sobre el tiempo. Fue caminando hasta el trabajo, los taxistas no pudieron hablarle sobre el partido del día anterior, ni si quiera sobre la crisis.

   Ya en la oficina, tan solo escuchaba el sonido de su índice sobre el teclado, que pulsaba una y otra vez la barra espaciadora; pues las letras ya no existían para él. Al final de la jornada, imprimió su taco de hojas en blanco y se fue.

   Nadie se despidió del hombre que vivía como si aún no hubiera muerto.

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