22 enero 2012

    No sé qué pido esta noche, pero sé lo que echaré en falta mañana. Deberías dejar de pensar por un momento, tan solo detén las corrientes eléctricas que recorren neurona a neurona durante un puto fragmento de una milésima de segundo, y esconde las lágrimas que aún no has derramado.
    Apaga tu memoria.
    Enciende tu imaginación.
    Y vuela.
    La piel me entregó su contacto, su contacto me otorgó confianza, la confianza... ¿qué me  aportó? ¿Qué me arrebató?
    Me duele el estómago de tragar las mentiras con cerveza, y en mis resacas vomitarlas de vuelta, aún más amargas. Pero cuando digo la verdad, me clavo en tus ojos. No sé qué quería decirte, quizá lo mismo de siempre, así que seguiré callada. Aún así sabes que permanecería en tu cama como un soldado en su trinchera, evitando resultar heridos por lo que tú y yo somos fuera de estas cuatro paredes. Yo huyo de mí, soy perseguida por mi propia sombra a través de las fronteras que impuso el miedo; concédeme el asilo político que ofrecen tus manos. Sigo borracha de promesas etílicas, mi mente se nubla por el humo y las espesas palabras, pero sé lo que quiero.
    Quiero que me arranques la ropa y me acaricies el alma.
    Quiero que susures lo que no supiste en voz alta.
    Quiero que me veas cuando me mires.
    Sé que no lo harás, en mis ojos no encuentras nada... y yo tampoco.

12 enero 2012

    No estaba seguro de si era una niña o una mujer la que caminaba por aquel vertedero. Vestía harapos grises, gris su piel, gris su mirada, gris su voz.
-Qué fácil fue. ¡Y sin darme cuenta! Yo no me enteré de nada cuando empecé a rebuscar entre la miseria. Sólo quería recordar. Pero entonces... entonces me ví las manos manchadas de oscuridad, y ya me había impregnado de este pútrido olor.
    Yo la escuchaba hablar tras una montaña de ilusiones rotas. Ese día había aparcado el coche allí. Por curiosidad, supongo. LLevaba días viéndola; de camino al trabajo, al regresar a casa. Su figura se recortaba contra una puesta de sol permanente, en un día siempre agonizante.
-Una vez que te pasa, ¿qué vas a hacer?. Ya he intentado borrar su aroma con duchas calientes optimismo infundado, camuflarlo con colonias de promesas baratas. Pero lo tengo pegado a la piel, y no se va. No se va.
    Me acerqué a paso lento, intentando aparentar normalidad. Como si pasara por allí casualmente. Ella se entretenía observando algo tirado en el suelo, a sus pies.
-Buenas tardes. - Dije, aún más casualmente. Ella me miró con una irónica ceja arqueada sobre su ojo derecho, gris y enorme, enmarcado por unas espesas pestañas negras. El izquierdo quedaba oculto por un mechón de pelo oscuro que ensombrecía su rostro. Sus labios se torcieron en una sonrisa inacabada, y devolvió la vista al suelo. Desde mi posición no conseguía ver lo que había depositado a sus pies. Pensé en acercarme, pero mis piernas estaban ancladas al suelo desde que su mirada había chocado contra la mía.
-¿Qué... qué tal?, ¿cómo estás?
    Entonces fue ella la que se aproximó, observándome titubeante, con tanta curiosidad reflejada en el rostro como la que yo procuraba ocultar.
-¿Qué buscas aquí?- Preguntó mirándome las manos, que yo mantenía semiocultas en los bolsillos del pantalón.
-Yo... no buscaba nada, simplemente volvía de trabajar, bajé del coche para dar un paseo y estirar un poco las piernas y...
-Esto es un vertedero de recuerdos, nadie viene a pasear. Si no buscas nada, no empieces a hacerlo. Sólo encontrarías problemas. ¿No lo hueles?
-Oler... ¿el qué?
-Este horrible hedor a pesimismo.




    ¿Sabes cuántos pasos habría de dar para tener la certeza de que hice algo bien, para avidinar lo que haré mal? Es pronto, y llevo las rodillas ensangrentadas de tropezar con mentiras, las piernas fatigadas de ascender cuestas día a día, los brazos entumecidos de arrastrarme por algún camino a ciegas. Me duele el cuello de mirar atrás, la vista no me alcanza a ver lo que tengo por delante. Pero mírame; mírame y dime que tendrá algún sentido. No pido dormir entre almohadones de palabras vacías, no anhelo mentiras dulces hechas caricias. Solo quiero apreciar la verdad de tus pupilas, escuchar una sonrisa que para mí nunca fue falsa, y sentir en mis manos el peso de tu incertidumbre y la mía, como si hubieran sido una sola.
   Y después déjame; seguiré buscando mi voz en el humo de un cigarro apagado, perseguiré la sombra de quien me prometí ser, y no volveré a mirar atrás.